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Profesor de redacción, ortografía e idiomas. (español, alemán, inglés, francés e italiano) Traducción, edición y enseñanza.

martes, 8 de marzo de 2016

LAS RAZONES DEL HAIGA


HACE ALGUNAS SEMANAS, durante el noticiero más importante de la televisión, conversando con el presentador, uno de los más conspicuos políticos del país dijo con toda seriedad algo así como lo siguiente: “Haiga pasado lo que haiga pasado”. Creí que yo había oído mal. Sin embargo varias personas habían quedado igualmente sorprendidas, una de ellas un culto periodista que dedicó una de sus columnas al incidente. Ciertamente sabemos que el presidente Calderón había acuñado, a propósito de las pasadas elecciones, la célebre expresión “como dicen en mi pueblo: haiga sido como haiga sido”. El político del que hablo, ¿habrá glosado la célebre frase? Puede ser. No me dio sin embargo esa impresión.
Haiga (y aiga) por haya, presente de subjuntivo de haber, llegó a usarse por algún clásico y hoy es bastante frecuente en hablas populares y rurales. Menéndez Pidal observa que pudieron influir en ello, a manera de contaminación, otras formas verbales que también tienen una g en ese tiempo verbal, sin poseerla en el infinitivo, como valga (valer), caiga (caer), oiga (oír), etc. En un pasaje del libro De la vida, muerte, virtudes y milagros de la Santa Madre Teresa de Jesús (1591), de fray Luis de León, puede leerse el siguiente texto:

“Escrito está que Dios es amor; y, si amor, es amor infinito y bondad infinita, y de tal amor y bondad no ay que maravillar que aiga tales excesos de amor que turben a los que no le conocen, y aunque mucho le conozcan por fe.”

En el español contemporáneo estándar, tanto el escrito cuanto el hablado, sólo se emplea haya. El uso de haiga queda hoy reducido a ámbitos rurales o populares, aunque en esos registros es mucho más frecuente que lo que podría pensarse. Hace algunos años, el Ceneval hizo algunas pruebas de redacción a jóvenes recién ingresados en el bachillerato. Tuve acceso a algunos de esos textos. Se pedía al estudiante que contestara la siguiente pregunta: “¿qué y cómo le harías para mejorar la sociedad en la que vivimos?” Copio un fragmento de una de las respuestas: “Principalmente sacar tanta corrupcion y q’ aiga castigos severos aunq’ x lo menos sea dando llegue a trabajar...”.

En la lengua escrita de todos los tiempos se ha preferido siempre la forma haya. Haiga o aiga ha sido y es de empleo mucho menos que esporádico. Ahora bien, una muestra inequívoca de que haiga era y es muy frecuente en el registro vulgar viene a ser la alta frecuencia con que escritores costumbristas del siglo XIX y principios del XX ponen haiga en boca de sus personajes populares. Abunda esta forma en los textos narrativos de Pérez Galdós, Pereda, Güiraldes, Carrasquilla, Benavente, Valle-Inclán, Alcalde del Río, Gallegos, Azuela, Arniches, Valera, Gabriel y Galán, Ascasubi... Podrían darse cientos de ejemplos. Baste uno de José María de Pereda (La puchera, 1889):

“Y al ver yo que la cosa estaba en punto, díjele: ‘Pos yo tenía que decite dos palabras respetive a esto y a lo otro’. Y se lo estipulé finamente; sin faltale, vamos... ¡sin faltale ni en tanto así, recongrio! El hombre se quedó algo cortao en primeramente; dempués golvió a decime: ‘¿Y cai con eso?’. Y yo arrespondí: ‘Pos tal y cual’, ¡siempre finamente, recongrio, y sin faltale en cosa anguna! Al último me dijo: ‘Que la haiga hablao u que no, no es cuenta tuya’.”

Alguien podrá preguntar: ¿Es correcto decir haiga por haya? Quizá el término correcto (o incorrecto) no sea lo más propio. Algunos lingüistas opinan que sólo es incorrecto lo que va en contra de las reglas estructurales de la lengua, como sistema abstracto. En otras palabras, los hispanohablantes nativos, estrictamente, no podemos hablar incorrectamente, como tampoco podrán hacerlo los anglohablantes nativos. Tal vez convenga mejor usar el término ejemplar (o no ejemplar), que se aplica no ya al sistema abstracto de la lengua sino a las lenguas concretas llamadas históricas. Así, lo que resulta ejemplar para ciertos hablantes puede no serlo para otros. Lo ejemplar en el dialecto europeo del español (como decir “la escribo una carta” por “le escribo una carta”) puede no serlo en el americano y viceversa: cuando un mexicano dice “abre hasta las 11” por “no abre hasta las 11” está empleando una expresión poco ejemplar para los oídos de un hispanohablante europeo.

Si dos hispanohablantes iletrados están conversando, a ninguno de los dos le llamará la atención que uno diga haiga en lugar de haya. Quizá ni lo note siquiera. Sin embargo los hablantes educados, que saben leer y escribir y, además, que suelen leer y escribir, han decidido desde hace siglos decir y escribir haya y no haiga. En efecto, se trata de una convención... ni más ni menos. Por tanto, para la norma estándar del español, lo ejemplar es decir haya. No fue ésta una decisión de los maestros de escuela o de los académicos de la lengua, o del gobierno, sino del conjunto de los hispanohablantes educados, los buenos escritores al frente, como debe ser. Por tanto, si alguien desea dirigir la palabra a ese tipo de personas, medianamente educadas, conviene que diga haya y no haiga. Eso debe enseñar la escuela. Por respeto a la sociedad es ésa la forma que debe emplearse, por ejemplo, en la radio o en la televisión.

Por otra parte, la forma haiga es claramente “estigmatizadora”: quien la emplea queda señalado como perteneciente al grupo social de las personas no educadas, aunque por otras razones (haber ido a la universidad, sea por caso) no forme, en términos estrictos, parte de él. Creo que a las personas educadas, es decir a la inmensa mayoría de la población, no les gustaría ser gobernadas por una persona no educada, así sea sólo en el plano lingüístico. Conviene, por tanto, que los políticos cobren conciencia de que hablar como personas educadas puede acarrearles el nada despreciable beneficio de ser mejor recibidos, mejor escuchados por la (muy influyente) sociedad de las personas educadas. Por el contrario, no faltará el ciudadano que decida llegar al extremo de no votar por quien dijo en público haiga en lugar de haya. Sus (respetables) razones tendrá.
Tomado de la RAE.

¿QUÉ ES BARLOVENTO?

La idea de barlovento refiere al sitio de donde proviene el viento. Se trata del concepto contrario a la idea de sotavento: el sector opuesto a aquel de donde procede el viento, tomando como referencia un punto específico.
Barlovento
De este modo, la frase “a barlovento” alude a estar de cara al viento, mientras que “a sotavento” supone encontrarse de espaldas a las ráfagas. Dicho de manera simplificada, barlovento es el lugar de donde viene el viento ysotavento la zona a la cual se dirige.
La marinería presta especial atención al barlovento y al sotavento debido a la importancia que tienen los vientos en la navegación. Conocer el barlovento es determinante para saber de qué manera avanzará una embarcación en el agua. En otros ámbitos, como la geografía y la cacería, también se estudia el barlovento.
Supongamos que, en un punto X, el viento sopla de este a oeste. En un barcoubicado en dicho punto, el barlovento estará en el este, mientras que el sotavento se encontrará en el oeste.
Los depredadores, a la hora de acechar a sus presas, siempre se ponen a barlovento. Esto quiere decir que el viento les sopla en la cara. Así evitan que su olor corporal llegue hasta la presa, delatándolos. Lo mismo hacen loscazadores.
En la geografía, se denomina barlovento a la ladera de una montaña a la cual llegan los vientos cargados de humedad que proceden del mar. Las nubes, cuando se encuentran con la montaña, ascienden, se enfrían y terminan descargando las precipitaciones en la ladera de barlovento. Este fenómeno recibe el nombre de lluvia orográfica.
Cortesía de Definición.com





sábado, 5 de marzo de 2016

HA HABIDO/ HAN HABIDO


Cuando el verbo haber se emplea para denotar la mera presencia o existencia de personas o cosas, funciona como impersonal y, por lo tanto, se usa solamente en tercera persona del singular (que en el presente de indicativo adopta la forma especial hay: Hay muchos niños en el parque).

En estos casos, el elemento nominal que acompaña al verbo no es el sujeto (los verbos impersonales carecen de sujeto), sino el complemento directo. En consecuencia, es erróneo poner el verbo en plural cuando el elemento nominal se refiere a varias personas o cosas, ya que la concordancia del verbo la determina el sujeto, nunca el complemento directo.

Así, son INCORRECTAS oraciones como
  • Habían muchas personas en la sala.
  • Han habido algunas quejas.
  • Hubieron problemas para entrar al concierto.
Debiendo decirse:
  • Había muchas personas en la sala.
  • Ha habido algunas quejas.
  • Hubo problemas para entrar al concierto.
Fuente R.A.E.

martes, 1 de marzo de 2016

¡NI QUÉ OCHO CUARTOS!

Cuando queremos enfatizar un desacuerdo, muchas veces lo hacemos agregando la expresión “… ni qué ocho cuartos”. El paso del tiempo ha oscurecido la situación que le dio origen y a veces,  nos desconciertan esos “ocho cuartos”, que lleva a pensar a algunos que hacen referencia a los cuartos de un hotel. No sé si alguna vez la curiosidad por saber el origen de esta expresión  te haya quitado el sueño, de ser así, quizá esta historia te evitará futuros insomnios:

Por muchos años, en España existió “el realillo”, era la moneda de uso corriente que equivalía a ocho cuartos de peseta. Por eso también era conocido como “realillo de a ocho cuartos”. Para muestra, va una antigua copla española:
Tengo que empedrar tu calle
con realillos de a ocho cuartos,
para que vayas a misa
sin romperte los zapatos.
Cuando el precio de artículos de primera necesidad superaba los ocho cuartos, la economía popular se veía amenazada y el descontento popular se manifestaba con grandes revueltas. En un fragmento de la obra Granada la Bella, que Ángel Ganivet escribió en 1896, hallamos noticia de este hecho:
“En lo antiguo, el pan era caro en pasando de  ocho  cuartos la hogaza mejor o peor pesada; se sufría refunfuñando a los nueve y diez cuartos; se insultaba al panadero al llegar a los once o doce, y en subiendo de ese punto, venía la revolución”.


La expresión, probablemente apareció en la primera mitad del siglo XVIII en España. La documentación más antigua conocida está en los diálogos de un entremés llamado “La avaricia castigada”, escrito en 1761 por Ramón de la Cruz (aportación de un lector, ver comentarios). De ahí estas líneas:

¿Ayala amigo? 
— Qué amigo, qué Ayala, ni qué ocho cuartos
Ya es otro tiempo, señores.
¡Que hasta aquí me han atisbado!

A mi entender, la expresión “ni que ocho cuartos” tiene origen en una antigua formula coloquial para enfatizar un desacuerdo o desprecio por algo, que en origen fue “que … ni qué nada”, donde ese nada lleva una carga de menosprecio. Al paso del tiempo, el “nada” se ha substituido por otras palabras o expresiones con tintes desdeñantes. En textos de diferentes épocas encontramos “que … ni qué calabazas”, “que … ni qué embeleco (cosa inútil)”, “que … ni qué haca (caballo de poca talla)”, “que … ni qué demonios”, “que … ni qué narices”, “que … ni qué niño muerto”… en fin, de esta familia es el “que … ni qué ocho cuartos”, que hace referencia a la moneda de ocho cuartos, en tiempos en que, por su bajo valor adquisitivo, era tan despreciable como el demonio, un embeleco, una haca o unas mocosas narices.

Cortesía: Arturo Ortega Morán

¿HUBO O HUBIERON ?

  Hubo es el verbo “haber” conjugado en segunda o tercera persona singular del pretérito perfecto simple y se utiliza como verbo auxiliar o ...