La problemática del lenguaje es, sin lugar a dudas, uno de
los tópicos fundamentales de la reflexión filosófica de Foucault. Por un lado,
ello depende del contexto en que surgió su obra. Los estudios lingüísticos, los
trabajos de lo que, en términos generales, se denominó el estructuralismo y la
hermenéutica habían situado la cuestión del lenguaje en un primer plano.
Foucault llevará a cabo una arqueología de esta primacía de la cuestión del
lenguaje. En Les Mots et les choses y L’Archéologie du savoir está
particularmente atento a esa tensión entre tendencias formalistas y tendencias
interpretativas que domina el tratamiento del lenguaje en el siglo XX.
Igualmente importante ha sido la literatura, en el sentido moderno y específico
del término. Foucault ha dedicado un libro a Raymond Roussel y extensos
artículos a Maurice Blanchot y Georges Bataille, entre otros. El interés de
Foucault por la tensión entre interpretación y formalización, y por la
literatura, donde el lenguaje se manifiesta más allá de la distinción entre el
significante y el significado (MC, 59), aparece claramente en esa expresión que
domina Les Mots et les choses: “el ser del lenguaje”. Por otro lado, desde un
punto de vista metodológico, si queremos, busca definir un método de análisis
histórico del lenguaje. En efecto, la arqueología es un método histórico de
descripción del lenguaje en el nivel de lo que Foucault denomina “enunciados” o
“formaciones discursivas”. Por este camino, Foucault intenta escapar de la alternativa
formalización-interpretación y encuentra para ello en la metodología histórica,
específicamente en la historia de los saberes, un modo de abordar el lenguaje
en su historicidad, en su dispersión, en su materialidad, es decir, sin
referirlo ni a la sistematicidad formal de una estructura ni a la plétora
interpretativa del significado. Aquí la cuestión no es el “ser del lenguaje”,
sino su uso, su funcionamiento histórico. En efecto, es a partir del uso del
lenguaje que Foucault define lo que entiende propiamente por “discurso”, por
“prácticas discursivas”. En esta línea, a medida que Foucault enfoque su
trabajo no a la descripción de las epistemes, sino de los dispositivos y, más
ampliamente, de las prácticas, situará las prácticas discursivas en el marco de
las prácticas en general, es decir, incluyendo las prácticas no-discursivas. En
este giro, el centro de la escena no lo ocupa el ser del lenguaje, sino su uso
y su práctica, en el contexto de otras prácticas que no son de carácter
lingüístico. Foucault ya no se ocupará sólo o primariamente de las prácticas
discursivas, sino también de las “prácticas” con las que se ejerce el poder, de
las “prácticas éticas”. La relación entre lo discursivo y lo no-discursivo se
convertirá, de este modo, en una vía de acceso al análisis histórico de los
usos del lenguaje. Para expresarlo de algún modo, la temática del “ser del
lenguaje” es reemplazada por la temática de “lo que hacemos con el lenguaje”.
La problemática del lenguaje en Foucault se mueve así del “ser del lenguaje” al
“uso del lenguaje”, a las “prácticas discursivas”. En este recorrido, Foucault
pasará de la consideración de la incompatibilidad entre el “ser del lenguaje” y
el “ser del hombre” a la reflexión sobre el uso de las prácticas discursivas
como formadoras de subjetividad. • Del lenguaje considerado como práctica nos
hemos ocupado en los artículos Discurso, Enunciado; de las prácticas
discursivas como constitutivas de la subjetividad, en Confesión, Examen,
Hupomnémata. Remitimos a ellos. En este artículo nos centraremos en la
problemática del ser del lenguaje en Les Mots et les choses, es decir, en la
incompatibilidad entre el ser del lenguaje y el ser del hombre. El ser del
lenguaje. Les Mots et les choses comienza y concluye con el anuncio de la muerte
del hombre. Foucault se refiere a la disposición antropológica del pensamiento
moderno, es decir, a la analítica de la finitud y a las ciencias humanas
(véase: Hombre). La aparición del hombre es la aparición de la analítica de la
finitud y de las ciencias humanas, y su desaparición es la descomposición de
éstas. Pero esta afirmación expresa sólo una de las dos caras del análisis de
Foucault; la otra concierne al ser del lenguaje. El “hombre” y el “lenguaje”,
en efecto, están ligados por una incompatibilidad fundamental. “Por el momento,
la única cuestión que nosotros sabemos con toda certeza es que nunca en la
cultura occidental el ser del hombre y el ser del lenguaje han podido coexistir
y articularse uno sobre otro. Su incompatibilidad ha sido una de las
características fundamentales de nuestro pensamiento” (MC, 350). La figura del
hombre se ha formado a partir de la fragmentación del lenguaje y la reaparición
del ser del lenguaje nos muestra que el hombre está por desaparecer. “El hombre
ha sido una figura entre dos modos de ser del lenguaje […] El hombre ha
compuesto su propia figura en los intersticios de un lenguaje en fragmentos”
(MC, 397). Por ello, aunque Les Mots et les choses es, como dice el subtítulo,
una arqueología de las ciencias humanas, es decir, del hombre, también se
podría decir que es una arqueología de los modos de ser del lenguaje. En ella
es posible distinguir, en paralelo con las epistemes, cuatro momentos: el
lenguaje como comentario (Renacimiento), el lenguaje como discurso (época
clásica), la fragmentación del lenguaje (Modernidad), la reaparición del
lenguaje (los síntomas de la muerte del hombre). Del lenguaje como comentario
nos hemos ocupado en los artículos Comentario y Episteme renacentista; del
lenguaje como discurso, en los artículos Discurso y Episteme clásica. También
remitimos a ellos. Nos ocuparemos, entonces, de los otros dos momentos: la
fragmentación del lenguaje y su reaparición en su ser bruto. La fragmentación
del lenguaje en la modernidad.
Durante la época clásica el hombre no existía. Ello no
significa que la gramática general, el análisis de las riquezas o la historia
natural no se ocuparan de lo humano, sino, más bien, que ello constituía un
problema específico, una región sui generis. En efecto, el hombre ocupa un
lugar en la episteme clásica, pero este lugar no está definido por la
especificidad de su ser o por la dimensión trascendental de la actividad
subjetiva, sino por el juego de identidades y diferencias en el cuadro ordenado
de representaciones: el hombre es un ser como cualquier otro. • En el siglo XIX
(con el nacimiento de la biología, de la economía política, de la filología),
los conceptos de vida, trabajo y lenguaje señalan los límites de la
representación, es decir, la imposibilidad de reducir lo que nos es dado en
ellos al juego de identidades y diferencias (imposibilidad de reducir la
profundidad de la organización biológica a la linealidad taxonómica, la
temporalidad de la producción al análisis de la medida del valor y la totalidad
lingüística a la forma de la proposición). Estos conceptos, en cuanto nos
muestran los límites del poder nominativo del discurso, indican el final de la
época clásica, el final de la época del discurso, de la posibilidad de vincular
el sujeto y el objeto dentro de la representación por medio del poder que ésta
posee de representarse a sí misma. De modo más radical, podríamos decir
simplemente que el fin de la época del discurso está señalado por la
imposibilidad de reducir la vida, el trabajo y el lenguaje al dominio de la
representación. La representación misma se convierte en un producto de las
necesidades de la vida, de las fuerzas de producción o de la historicidad del
lenguaje que se da en la conciencia del hombre. A partir de este momento, el
sujeto-hombre y el objeto-hombre adquirirán una dimensión propia, irreductible
al espacio definido por la taxonomía clásica, y, consecuentemente, el cuadro
ordenado de representaciones se sustituirá por un conjunto de oposiciones entre
el hombre y el mundo, entre el yo pienso y el yo soy, entre el ser
representante y el ser representado. En definitiva, para Foucault, durante la
época del discurso, la época clásica, el hombre no existía ni como sujeto
–fuente trascendental de las representaciones– ni como objeto –región específica
de estudio–. Hacia fines del siglo XVIII el discurso deja de jugar el papel
organizador que poseía en el saber clásico. El discurso no es más el medio
transparente y ordenado entre el mundo de las cosas y el mundo de las
representaciones. Las cosas se replegaron sobre sí mismas, fuera de la
representación ordenada; aparecieron los lenguajes con su historia, la vida con
su organización y su autonomía, el trabajo con su propia capacidad de
producción. En el espacio dejado libre por el discurso apareció la figura del
hombre. “Se puede comprender ahora, y hasta el fondo, la incompatibilidad que
reina entre la existencia del discurso clásico (apoyada en la evidencia no
cuestionada de la representación) y la existencia del hombre, tal como se
ofrece al pensamiento moderno” (MC, 349). •
“El objeto de las ciencias humanas no es, pues, el
lenguaje (aunque hablado sólo por los hombres); es este ser que, desde el
interior del lenguaje por el cual está rodeado, se representa, al hablar, el
sentido de las palabras o de las proposiciones que él enuncia y se da
finalmente la representación del lenguaje mismo” (MC, 364). • A partir del
siglo XIX, con la filología, con la formalización, con el retorno de la
exégesis, con la literatura, el lenguaje se fragmenta y aparece entonces en sus
intersticios la figura del hombre. Esta figura doble (véase: Hombre) asegurará
ahora el nexo entre las palabras y las cosas. Filología, exégesis,
formalización. A partir de los análisis de Bopp, el lenguaje no es más un
sistema de representaciones para descomponer y recomponer otras
representaciones. En sus raíces designa los estados, las voluntades. No quiere
decir lo que se ve, sino lo que se quiere; se enraíza en el sujeto, en su
actividad. Como la acción, expresa una voluntad. Foucault señala dos
consecuencias fundamentales de este desplazamiento: 1) Con el descubrimiento de
una gramática pura, se atribuyen al lenguaje profundos poderes de expresión que
no se reducen a la dimensión de la representación. 2) El lenguaje ya no está
ligado con las civilizaciones por el conocimiento que ellas han alcanzado, sino
por el espíritu del pueblo que las hizo nacer y las anima (MC, 302-303). • La
filología de Bopp se opone, término a término, a cada uno de los cuatro
segmentos teóricos de la gramática general (véase: Episteme clásica). La teoría
del parentesco entre las lenguas se opone a la teoría clásica de la derivación.
Mientras que ésta suponía factores de desgaste y mezcla asignables de la misma
manera a todas las lenguas, la teoría del parentesco, en cambio, afirma la
discontinuidad entre las grandes familias y las analogías internas. La teoría
del radical se opone a la teoría clásica de la designación. El radical es una
individualidad lingüística aislable e interior a un grupo de lenguas, es núcleo
de las formas verbales; en la época clásica, la raíz era una sonoridad
indefinidamente transformable que servía primariamente para recortar nominalmente
las cosas. El estudio de las variaciones internas se opone a la teoría de la
articulación representativa. Ahora las palabras se caracterizan por su
morfología, no por su valor representativo. Finalmente, el análisis interno de
las lenguas se opone al valor que se atribuía al verbo ser. El análisis de la
organización interna de las lenguas rompe con la primacía de la forma
proposicional (MC, 308). “A partir del siglo XIX, el lenguaje se repliega sobre
sí mismo, adquiere su espesor propio, despliega una historia, leyes y una
objetividad que sólo pertenecen a él. Se ha convertido en un objeto de
conocimiento entre otros, junto a los seres vivientes, las riquezas y los
valores, la historia de los hechos y de los hombres. […] Conocer el lenguaje ya
no es aproximarse lo más cerca del conocimiento mismo; es aplicar solamente los
métodos del saber en general a un dominio singular de objetividad” (MC, 309).
Pero, según Foucault, esta objetivización del lenguaje está compensada de tres
maneras. 1) El lenguaje es el medio necesario de todo conocimiento científico.
Por ello se entiende el sueño positivista de un lenguaje que se mantenga al ras
de lo que se sabe. También por ello es posible entender la búsqueda de una
lógica independiente de la gramática y todos los ensayos de formalización. 2)
Se atribuye al lenguaje valor crítico. Las disposiciones gramaticales de una lengua
constituyen el a priori de lo que se puede enunciar. Por ello se da la
reaparición de todas las técnicas de exégesis en el siglo XIX. Pero la
exégesis, en la forma del comentario, ya no va en búsqueda de un texto
primitivo, sino que parte sólo del hecho de que estamos atravesados por el
lenguaje y va en búsqueda del lenguaje en su ser bruto. 3) Aparece la
literatura (MC, 309-313). • Sobre formalización e interpretación, véanse los
artículos respectivos. La reaparición del ser del lenguaje. 1) Lingüística.
Etnología y psicoanálisis son, en la perspectiva de Foucault, “contra-ciencias”
humanas (véase: Hombre). Ahora bien, la etnología se aproxima al psicoanálisis,
pero no asimilando los mecanismos y las formas de una sociedad a la represión
de los fantasmas colectivos, sino definiendo como sistemas inconscientes el
conjunto de las estructuras formales que vuelven significantes los discursos
míticos y les dan su coherencia y necesidad a las reglas que rigen una
sociedad. De manera simétrica, el psicoanálisis se aproxima a la etnología, no
por medio de la instauración de una psicología cultural, sino a través del
descubrimiento de la estructura formal del inconsciente. La etnología y el
psicoanálisis se cruzan, entonces, no en las relaciones entre el individuo y la
sociedad, sino en el punto en el que la cadena significante por la cual se
constituye la experiencia del individuo se corta con el sistema formal a partir
del cual se constituyen las significaciones de una cultura. Aparece entonces,
según Foucault, el tema de una teoría pura del lenguaje que dé a la etnología y
al psicoanálisis su modelo formal. “Habría, de esta forma, una disciplina que
podría cubrir en un único recorrido tanto esta dimensión de la etnología que
refiere las ciencias humanas a las positividades que las rodean cuanto esta
dimensión del psicoanálisis que refiere el saber del hombre a la finitud que lo
funda. Con la lingüística se tendría, entonces, una ciencia perfectamente
fundada en el orden de las positividades exteriores al hombre (puesto que se
trata de un lenguaje puro) y que, atravesando todo el espacio de las ciencias
humanas, alcanzaría la cuestión de la finitud (porque es a través del lenguaje
y en él que el pensamiento puede pensar; de modo que aquél es en sí mismo una
positividad que vale como fundamental). Por encima de la etnología y del
psicoanálisis, más exactamente, entrelazada con ellos, una tercera
‘contra-ciencia’ vendría a recorrer, animar, inquietar todo el campo
constituido de las ciencias humanas, y desbordándolo tanto del lado de las
positividades cuanto del lado de la finitud, ella sería el cuestionamiento más
general” (MC, 392). • De este modo, la lingüística no imita simplemente lo que
la biología o la economía política habían querido hacer, es decir, unificar bajo
sus conceptos el campo de las ciencias humanas. La situación de la lingüística
es diferente, por varias razones. 1) La lingüística se esfuerza por estructurar
los contenidos mismos. No se propone simplemente una versión lingüística de los
fenómenos observados; las cosas no acceden a la percepción sino en la medida en
que pueden formar parte de un sistema significante. “El análisis lingüístico es
más una percepción que una explicación; es decir, es constitutivo de su propio
objeto” (MC, 393). 2) Debido a esta emergencia de la estructura, la relación de
las ciencias humanas con las matemáticas se encuentra nuevamente abierta, pero
en una nueva dimensión. Ya no se trata de cuantificar los resultados, sino de
saber si en las matemáticas y en las ciencias humanas se habla de la misma
estructura. La relación de las ciencias humanas con las disciplinas formales se
convierte entonces en una relación esencial, constitutiva. 3) La lingüística
hace aparecer la cuestión del lenguaje en su insistencia y su forma enigmática
y, de este modo, se cruza con la literatura. “Por un camino más largo y mucho
más imprevisto, se es reconducido a este lugar que Nietzsche y Mallarmé habían
indicado cuando uno había preguntado: ¿Quién habla?, y el otro había visto
centellear la respuesta en la Palabra misma. La interrogación sobre lo que es
el lenguaje en su ser retoma, una vez más, su tono imperativo” (MC, 394). 2)
Literatura. Durante el Renacimiento, el ser del lenguaje se manifestaba en su
forma enigmática y exigía el trabajo del comentario (entre el Texto primitivo y
la interpretación infinita). La época clásica redujo el ser del lenguaje a
discurso, a su funcionamiento representativo en el dominio del conocimiento.
Con la literatura, tal como aparece en los umbrales de la modernidad, reaparece
el ser vivo del lenguaje. La reaparición del lenguaje nos muestra que la figura
del hombre, tal como se dibujó en los saberes del siglo XIX, está por
desaparecer, por morir (DE1, 500-501). Esta reorganización de la episteme trae
consigo una serie de consecuencias: 1) Convierte en quimera la idea de una
ciencia del hombre que sea, al mismo tiempo, una ciencia del signo. 2) Anuncia
el deterioro, en la historia europea, del antropologismo y del humanismo. 3) La
literatura del siglo XIX deja de pertenecer al orden del discurso y se
convierte en una manifestación.Cortesía de http://psicopsi.com/