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Profesor de redacción, ortografía e idiomas. (español, alemán, inglés, francés e italiano) Traducción, edición y enseñanza.

lunes, 8 de febrero de 2016

¿REDACTAR Y ESCRIBIR SON DIFERENTES?


Aunque "redactar" y "escribir" sean palabras sinónimas, la diferencia entre los conceptos que encierran -si profundizamos en ellos-es notoria. Según el diccionario de M. Moliner, redactar significa "dar forma por escrito a la expresión de una cosa".

Completamente de acuerdo. Por lo tanto, una buena redacción será la que respete la construcción sintáctica, la ortografía y, en definitiva, las reglas gramaticales al uso, además de dar lustre al estilo. "Escribir bien", indudablemente, conlleva la necesidad de redactar correctamente. ¿Cuál es, pues, la diferencia de fondo entre estos dos vocablos? Vayamos a ello.
 
Para escribir "bien", a diferencia de redactar "correctamente", se precisa del conocimiento la exactitud de cuanto se expresa: la verdad del conocimiento en sí. También, hacer asequible el texto con un lenguaje comprensible y ameno, buscar formas expresivas literarias, ordenar la estructura narrativa, elegir la adecuada adjetivación, adaptar la palabra a su fiel significación (semántica), evitar las cacofonías y las perífrasis ... y, para no extendernos demasiado en explicaciones sobre la preceptiva y la técnica literarias -que la mayoría de los socios de Letras Hispanas" conocemos-, destacaremos -al margen de reglas y de puritanismos- la virtud de la novedad literaria; cualidad ésta que, al menos en nuestra época, no se prodiga. He ahí la diferencia, "grosso modo", que aprecio entre ambos conceptos.
 
Hay muchas personas (algunas de ellas acreditadas como buenos escritores/as) que me aconsejan, convencidísimas: "Para que te salga una buena novela, olvídate de la Gramática y escribe. Lo que interesa es dar salida al sentimiento y respetar su espontaneidad y frescura. Luego, revisa". Yo, al principio de dedicarme a la narrativa, asumí tal orientación. Sin embargo, transcurrido el tiempo me he dado cuenta de que no es tan sencillo, ni conveniente, como cree la mayoría de los aprendices de escritor e, incluso, como acabo de apuntar, de ciertos "experimentados" escritores. Voy a ofreceros mi conclusión a modo de ejemplo, basándome en mi propia experiencia.
 
Antes de comenzar la redacción de una novela, de una narración breve o del género literario que elija, esquematizo en la mente mi proyecto literario y lo maduro durante meses, semanas o días, según corresponda en cada caso. Luego, ya en sazón mi idea general, abro las fichas necesarias para reflejar en ellas las características psicológicas y físicas de cada personaje. Concluidos estos preparativos, y otros de menor envergadura, comienzo la narración, deteniéndome en determinados momentos de mi trabajo para meditar sobre lo que voy a decir. Cuando estoy convencido de que lo que deseo expresar es lo correcto, entonces ya no me detienen la sintaxis, la puntuación ni la adjetivación. Lo hago de este modo, porque sé que mi mente, como la de la mayoría, está muy contaminada de ideas y de conceptos falsos. Es decir, estereotipada. Luego, sí, cuando he dado fin al capítulo, lo reviso con la pulcritud con que un orfebre se fija en los más mínimos detalles de su preciso trabajo. De lo contrario caería en el tópico, en el error y en la vulgaridad. Aun así, cuando termino un trabajo literario de cierta envergadura, lo doy a leer a conocidos y amigos para que me den su opinión. Y después, inavriablemente, le pido a un buen filólogo que pergeñe mi trabajo. Porque algo que va dirigido a los lectores merece, en atención a quienes nos leen y a la grandeza de nuestro bello idioma, las máximas precauciones.
 
Corregir después de haber escrito, sin meditar en lo que se ha expresado, es una equivocación. Si así lo hiciésemos, nos veríamos obligados a comenzar de nuevo nuestro trabajo. Es algo similar a decirle a un hijo nuestro, todavía un niño, cuando se sienta a la mesa para dar buena cuenta de su almuerzo: "Primero límpiate la boca y después come".

César Rubio (Augustus).

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